El cuerpo como un lugar
Ariel Farace, dramaturgo y director de Luisa se estrella contra su casa y Constanza muere, entre otras obras, comparte con nosotros su lectura del libro Después, de Nurit Kasztelan, publicado recientemente por Caleta Olivia.
Después trata al cuerpo como a un lugar.
Un lugar grande y vasto en el que se debe aprender a estar.
En un camino de autoconocimiento, el libro –la poeta– entra a ciegas al cuerpo, ese exceso de territorialidad, como a un espacio intervenido por un artista, una parte de atrás de un astro. Atraviesa la infancia, la inundación, el viaje, el río en los ojos del amante. Va y vuelve al desamor, practica en serie la mudanza, muta, hace del cotidiano algo que desaprender.
Después acostumbra los ojos a no ver para percibir en la oscuridad un matiz nuevo que poder mostrar. Como pedía Rilke, Después pide paciencia para saber correr de donde no hay nada que aprender.
En ese tránsito hay familias rotas, una madre que sufre, tías casadas.
La locura es una bandada de pájaros, ruidos, un hueco en la cabeza; un animal que duerme y espiamos en la oscuridad.
Frente al Monte Fuji, Después, se pregunta en qué franja del cerebro se guardan los momentos acumulados.
Eso que vimos, olimos, tocamos y pisamos, ¿cómo entenderlo?
¿Qué de nosotros dejamos atrás en cada viaje?
¿Qué de nosotros continúa igual, atado o preso, devoto de su infancia?
¿Cómo desanudar el nudo del tiempo?
En su boca grande, Después, guarda un pequeño camafeo con la filigrana de los recuerdos que no puede tirar.
La escritura de Nurit Kasztelan es una herramienta punzante que usa con delicadeza. Es hermoso cómo sorprende y emociona con imágenes, brotes inesperados y precisos de sensibilidad e inteligencia.
Lo que tengo para decir pareciera escribirse en un lenguaje en desuso, dice, y busca en las palabras un medidor que se corresponda con la realidad: En una fuga la energía es tanta que no cabe en el cuerpo.
La poeta mastica algo duro para encontrar algo bland0.
Escribe: No anticipé que como adulta iba a tener que encontrar un lugar real donde encajar.
Es que para Después, la infancia es el tiempo de la abundancia.
El libro se lee de un tirón, cada poema –el capítulo– de una novela.
Después es también el testimonio de una transformación. Como en La metamorfosis, o más acá, como en el El animal sobre la piedra, sí.
Pero aquí la mutación es tanta y tan natural que ocurre varias veces; el corazón no es un musculo voluntario y se ensancha toda la vida.
Entonces viene la escritura a intentar retener el gesto de la despedida, un punto de referencia estable desde el cual organizarse.
Hace poco, alguien me dijo que no quería estar conmigo porque tenía miedo. ¿Miedo? ¿De qué?, pregunté. De lo que va a ser de nosotros después, me contestó. Yo respondí que eso no se podía prever, que no iba a cambiar nada, que seguiríamos siendo más y mejores amigos. Y lo besé. Pero él, como Nurit, tenía razón: Después, es siempre diferente.
Después se propone primero habitar, después decidir.
La poeta lo sabe: con el corazón roto, no se puede bailar.