Restarse del mundo
Ariel Farace, dramaturgo y director de Constanza muere, entre otras obras, comparte con nosotros su lectura del libro Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos (Ediciones DocumentA/Escénicas, 2019), de Eugenia Almeida.
Inundación, el libro de Eugenia Almeida, último volumen de la estimulante colección Escribir del sello Ediciones DocumentA/Escénicas, es un refucilo suave y concreto. Como quien sesga un sendero entre la maleza, la autora ensaya un camino para escribir sobre la escritura y atisba su senda: el alfabeto. A través de él, orienta un viaje de Ahora a Zeta. Si en Ahora la búsqueda de escribir será “decir lo que se ve, lo que se ha visto”, en Zeta el hallazgo será que “siempre lo que encuentro es la escritura”. La maleza por la que transita dicha escritura es aquí la experiencia de la vida y la de la lectura: el cuerpo. Almeida nos recuerda: “No hay que olvidar eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe”. Así, la W pertenece a Simone Weill, la N a Irène Némirovsky, y la K es, claro, de Kafka.
Cada entrada de este alfabeto personal está hecho de palabras claves y desplazamientos poéticos. El libro trasciende la novela y el ensayo y recuerda aquel pasaje de Roland Barthes: “El discurso avanza por pequeños destinos, por crisis amorosas”. Los pequeños destinos del dispositivo poético de Almeida invitan a habitar espacios y atravesar crisis. Es el territorio (¿la escritura? ¿la lectura? ¿la pregunta?) el que impone el movimiento. Como leemos en el apartado Desfiladero, la escritura es “un camino tan angosto que sólo puede caminarse de uno a la vez” y “nada puede hacerse salvo avanzar o retroceder”.
La lectura de Inundación sumerge el sentido en un estado acuoso, transparente y cambiante. Y si, como escribió Mario Montalbetti, el sentido es una dirección, la corriente de la poética de Almeida nos arrastra en dirección a lo elemental: el Entusiasmo, la Perseverancia, el Gesto. La palabra navega, tenaz, de entrada a entrada, de Filamento a Refugio, de Compás a Silencio, de Búsqueda a Tiempo. Cada letra expone su rodeo singular y nos baña, es en esa humedad que expone su rigor. Ante esa nueva temperatura, el peso (del cuerpo) de la letra muta: el deseo es una piedra que flota.
Ante este libro, que parece escrito mientras se lee, el presente se torna una materia sorpresiva y vulnerable. Desde allí, desde ese presente/ahora/agua de la lectura y la escritura, las palabras se acentúan o fluyen en una deriva poética que parece decir que leer es escribir y que escribir es estar. Que el lenguaje inunda el cuerpo y acaso escribir sea no poder anticipar qué va a pasar.