La risa de las mucamas
Guillermo David, ensayista y escritor, presenta La risa de las mucamas (Caterva, 2019) este miércoles 27 a las 19 hs. en Caburé LIbros. Aquí un adelanto de esta novedad editorial que combina profundidad con humor.
Adán no dio nombres a los peces.
Noé no subió peces a su barca.
O’esterheld hablaba esperanto.
En las cárceles argentinas nunca hubo un enano preso.
Cada vez que alguien endulza un mate muere un gaucho.
Solo hay verdades incómodas.
“El amor es peronista”, por ejemplo.
O: “Nadie vio a Jesús muerto”.
O: “Un peronista es un zurdo contrariado”.
Leo por ahí la frase: “triste como un uruguayo”.
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Cuando sabe que va a morir, el puma llora. El peludo une sus patas delanteras y se entrega a un rezo desesperado que masculla entre dientes.
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Del marxismo, a la final, solo queda la mística del irredentismo nacional en los países oprimidos. Y un puñado de relatos épicos. Exactamente aquello que, en vano, pretendió expurgar de sí.
“Hacer las cosas sin hacerse cosa con las cosas”, leí una vez, no recuerdo dónde. Toda la teoría de la alienación hegeliano-marxista en una sola frase, que, inesperadamente, la vincula con el estoicismo y sobre todo con las poéticas del desapego que van del budismo al taoísmo. O, también, con los alardes sacrificiales del ascetismo cristiano. Es decir, si hay un marxismo, que sea místico.
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El primer texto publicado por Perón no fue un texto: son los dibujitos de calistenia (así llamaban a la “gimnasia racional” los naturistas de entonces, siempre algo ocultistas) que ilustraron un manual de gimnasia para el Ejército. Medio siglo más tarde esos dibujos fueron reproducidos por Montoneros en un folleto destinado al entrenamiento de los combatientes presos.
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Al arribar a unos llanos en Venezuela Alexander von Humboldt comenzó a mapear las áreas lingüísticas; es el punto de bifurcación del tronco arawak con respecto al caribe, hacia el sur. En ese nudo un conglomerado de subgrupos caribe presentaba anomalías cuya huella rastreó. Había una etnia de la que todos los indios de la región le hablaban pero cuyo idioma ya nadie entendía y que al parecer solo estaba inverosímilmente compuesto de verbos. Cuando finalmente dio con su ubicación supo que había llegado tarde: habían sido exterminados en un conflicto interétnico hacía muy poco tiempo. Desilusionado, iba a emprender la retirada cuando uno de sus guías obtuvo un dato precioso: de aquellas matanzas solo se había salvado un lorito -acaso un guacamayo- que tenían como mascota. Fueron tras el loro y von Humboldt, hombre de ciencia, lo entrevistó, libreta en mano y consignó algunas palabras sueltas de aquella lengua perdida.
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Durante una redada de la policía en una barriada del conurbano bonaerense un loro que cantaba la marcha peronista fue preso. Eran los años cincuenta, estaban prohibidos por decreto tanto el nombre del tirano depuesto como la propalación de sus símbolos. El mito urbano cuenta que el pájaro fue fusilado ahí nomás. Hay quien dice que era el loro del propio Perón que había huido de la residencia presidencial durante los bombardeos.
El avión negro que traería a Perón a las Malvinas desde donde desencadenaría la revolución parece ser un avatar tecnológico de aquel ave mitológica.
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Una mujer va a parir en una mesa de torturas. Putea. Le colocan a su niño en brazos unos minutos. Ella le arranca un pedacito de oreja de un tarascón. Un día ese niño señalado será libre.
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Los nativos antiguos que pintaban grafismos en las cuevas escribían cosas que no podían leer pero que reclamaban un lector ulterior que los descifrase. Son textos que están ahí esperando un lector improbable creado por el propio texto. Eso, en definitiva, es la poesía: la captura de un lector que existe a partir de la lectura misma que lo constituye.
Un libro que se puede escribir pero no leer. No conozco mejor metáfora de la utopía del saber.