El trabajo del sueño
Tres poemas de Mary Oliver pertenecientes a su libro Dream work (1986), traducido por Natalia Leiderman y Patricio Foglia, y próximo a publicarse por la editorial Caleta Olivia.
Ed Templeton
Poema
Al espíritu
le gusta vestirse así:
primero las manos
después los pies
los hombros y todo el resto
de noche
en las ramas oscuras
o a la mañana
en las ramas azuladas
del mundo.
Podría flotar, por supuesto,
pero prefiere
explorar lo áspero de la materia.
Etéreo y sin forma
necesita
de la metáfora del cuerpo
limón y apetito,
fluidos del océano;
necesita del mundo, del cuerpo
imaginación
instinto
y el oscuro abrazo del tiempo
dulzura
y ser tangible
para ser entendido
para ser más que pura luz
que arde
en el vacío —
y entonces entra en nosotros —
a la mañana, brilla
brutal y satisfecho
como un relámpago;
y por la noche
enciende los antiguos, dorados
secretos del cuerpo
como una estrella.
La tortuga
Irrumpe desde la textura
azul oscura del agua, arrastra
su caparazón, su escudo, su moho
entre la orilla y los juncos
marismas y más allá
hasta la arena amarilla
para cavar con su pata torpe
un nido, y acurrucarse
esparcir sus huevos blancos
en la oscuridad, y pensás
en su paciencia, su fortaleza
su voluntad para realizar
aquello para lo que nació —
y te das cuenta de algo más —
ella no está pensando en
aquello para lo que nació.
Solamente está colmada
de un antiguo y ciego deseo.
No es suyo siquiera pero llegó hasta ella
con la lluvia o el viento suave
como un umbral a través del cual
su vida pudo seguir adelante.
Ella no puede verse
distinta del mundo
o el mundo no es más que
lo que ella hace cada primavera.
Arrastrándose, hasta lo alto de la colina,
luminosa bajo la arena que ha cubierto su piel,
no sueña,
sabe que es
parte de la laguna en donde vive
y los árboles son sus hijos
y los pájaros que nadan arriba suyo
están atados a ella por una cuerda
imposible de romper.
En el mar
La bruma
nos demora
en una lenta, gris
y rosada
confusión; todo
lo que conocemos —
el horizonte
por ejemplo
y el lejano
hilo de tierra —
se ha desvanecido
el bote
planea sin sonido
sobre un océano de vidrio
ondulado y luminoso
y hay nubes
en el cielo, dondequiera
que eso sea, y nubes
en el agua
y tal vez
ya hemos entrado al reino
de los cielos, el bote alegre
deslizándose
como una abeja
por la garganta de una enorme
y húmeda flor.
Algunos pájaros
serpentinas de seda blanca
se acercan a nosotras, llorando.
Ah, sí
qué fácil
qué familiar
parece ahora
ese perdurable
adorable vaivén
de sus alas.