Los pequeños deseos del mundo
Carlos Battilana, autor de Una mañana boreal (Club Hem, 2018) y Ramitas. Poesía reunida (Caleta Olivia, 2018), entre otros libros, comparte con nosotros algunos poemas de Luz de invierno, reciente antología de su poesía publicada por Vera Cartonera (Universidad Nacional del Litoral, 2020).
Stephen Gill
Lecciones de botánica
Pequeñas hojas amarillas
caen
en los bordes del lago.
Pronto
el viento fuerte
del otoño
desmantelará
la inmensa gramilla
verde. La brisa
ahora
parece insignificante
pero es llamativa
su voluntad.
Bosque de hielo
Tierra blanca
de cipreses
y altísimos pinos
la nieve
se hunde
para hacer el silencio
del monte
donde una vez vi,
transcurrida la estación del otoño
y concluida
la consolidación del hielo,
cómo
las ramas de los árboles
apenas se movían
y la quietud
era
el único estrépito,
la más maravillosa
agitación.
Un largo sueño
Volver a la lluvia
al rastro del caracol
a las lombrices
subterráneas
que disuelven
las obstrucciones de la tierra
regresar
–como luego de un largo sueño–
a los pequeños deseos del mundo.
Salvación
Levanto con pocas migajas
las posibilidades del día
el sol de la terraza
amanece
otra vez,
por suerte
sonreír ante lo evidente
–las plantas,
la ropa doblada
en la silla,
el muro manchado de gris–
como los marinos
en medio del mar
que conocen los márgenes
efímeros de salvación
y aun así, ante el inminente naufragio,
rodeados de olas gigantes
y sumergidos
en el centro de la tormenta,
respiran, no dejan de respirar,
reconocen en el aire,
frontalmente,
no la última
sino la primera oportunidad.
El humo
Crece
como un animalito mullido:
Emilia, la niña más chica,
es
un humo dulce
–los afluentes
de una droga profunda–
que trajo
la alegría
a todas las horas del hogar.
Juega, aún, en su habitación:
cuando lo hace
quiebra todas las cosas herméticas del mundo,
nuestra voz más áspera,
la más dura.
Nocturno
Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire
que atravesó ciudades y ríos
roza la superficie ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?
En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
–sabemos–
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:
que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros
que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo
y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin
que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.