La forma de la distancia
El ensayista y profesor de literatura de la Universidad de Turín reflexiona sobre las formas de la distancia, los modos en los que el espíritu de la modernidad buscó abolirla, y en la posibilidad de su vuelta como un nuevo horizonte de salvación.
En el deseo de abolir la distancia se consuma el espíritu de la modernidad. Todas las distancias eran una misma declinada ora en el espacio, ora en el tiempo, ora en las creencias, o en las ideas, como en el sexo o el amor o lo demás. En pocas horas uno se planta al otro lado del mundo, o en nada hacemos llegar un correo a lugares a los que antaño las cartas de nuestros abuelos tardaban meses en llegar y a veces ni siquiera llegaban. En aquella espera había belleza y en nuestra inmediatez hay un atroz desasosiego.
En ese estado de irresuelta inquietud de los modernos fue que llegó la Pandemia a cambiar el mundo. La velocidad sigue siendo la misma, y seguimos asistiendo a aconteceres vertiginosos, albas sin tiempo que se solapan al ocaso y repiten sinsentidos. Pero algo ha cambiado. Y es algo sustantivo: la distancia ha vuelto.
Para quedarse, claro. Y nos ha enseñado algunos motivos de nuestro camino errado haciendo historia en este mundo. Tal vez, sobre todo, nos ha enseñado a mirarla de otro modo. Mirar la historia de otro modo. Mirar la distancia de otro modo. Con un tono muscular diverso, tal vez con la triste conciencia de quien sabe que se bate en retirada. O como descubrir en la plena luz el destino de las sombras y vislumbrar el enojo de su belleza.
Fuerte se es no por abolir distancias sino por saber resistir a las insidias de ataques imprevistos o impensados. Más que fuerza, la distancia enseña fortaleza. Vence quien resiste, sobre todo porque no se trata de ninguna guerra, sino de la mera vida. De esa lógica de lo viviente que desconoce los humanos privilegios conquistados no siempre de la mejor manera. Mirar de nuevo y descubrir en la vida la distancia y tal vez pensar que sin ella estamos perdidos.
Vale la pena interrogarse por la distancia a la que quedan las cosas, o a la que quedamos nosotros de ellas. O entre nosotros, o sobre nuestra propia, íntima distancia. A qué distancia estamos de nosotros mismos. De nuestro sentir y de nuestro pensar. De nuestro ser siendo camino. A qué distancia queda la imagen mejor que de nosotros somos capaces de dar. No sólo la imagen, sino la realidad de la imagen. No para abolir nada, pues que no hay mundo sin distancias, sino para rebobinar el hilo de la historia y tejer después un sentido nuevo. Humano, claro está, pero no demasiado humano, o, por lo menos, no sólo humano, sino capaz de abrirse más allá de sí y converger de otro modo en la unidad del todo de la vida.
Pensar la distancia más allá de la distancia de seguridad impuesta en la pandemia. Pues no basta el carácter cívico de la distancia (es bueno para mí y también para los demás, por tanto lo es para la comunidad) para descubrir su necesidad ontológica y desde ahí derivar hacia el compromiso con un nuevo paradigma de lo viviente. Distancia tal vez como justicia, como distancia justa o justa distancia, que tanto monta. Distancia como condición de posibilidad del trato justo, de la forma de tratar justamente con las cosas y con nosotros mismos, unos con otros y uno consigo propio. La distancia adecuada al camino por hacer en justicia –tal vez una mera forma de piedad capaz de envolver al nuevo mundo.
Tal vez porque seremos juzgados en la forma. O por la forma. En o por la forma que seamos capaces de dar al nuevo mundo. En o por la forma que seamos capaces de darnos a nosotros mismos. Pura forma formante, sin desdén de los contenidos, humilde como el destino de las hojas que caen cuando las llega el tiempo en otoño, pero consciente de su capacidad de dar forma, no sólo de contener o vehicular, sino de crear –de ese modo o forma– los contenidos. En la forma de la distancia nos lo jugamos todo. En las distancias cortas del amor o en las más largas de la amistad con todo y con todos. Pero no es un juego y no hay apuestas. Tan sólo el horizonte de posibilidad de poder ser salvados en la forma de la distancia.