El cuerpo de la cultura
El artista plástico reflexiona sobre el sentido del cuerpo de la cultura y su derrotero a lo largo del siglo XX.
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.
Sombra terrible de Facundo…
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Dos referentes de la cultura, que no sabían nada el uno del otro, refieren al mismo fantasma, al fantasma del padre de Hamlet. Carlos Marx escribe El manifiesto comunista en la biblioteca de Londres y Sarmiento escribe el Facundo a lomo de un burro huyendo hacia Chile. Estas frases tienen sentido de por sí, pero empiezan a cobrar espesor y se legitiman porque provienen del cuerpo de la cultura.
Están los que se alimentan del cuerpo de la cultura y los que lo nutren, esos son los artistas creadores de conocimiento. Toda cultura para que sea cultura tiene que referirse a ese cuerpo, sin esa referencia no se la reconoce como tal. Palabras como vanguardia empiezan a cobrar sentido porque usan este cuerpo como referencia, por eso los que piensan la cultura se comprenden, porque piensan su discurso como parte de ese cuerpo. El devenir puede llevarnos a lugares impensados, el devenir son las obras puntuales, que hay que discutir individualmente porque son únicas y no se pueden generalizar.
El creador del cuerpo es el dueño de la cultura, la cultura occidental define un cuerpo “Caucásico”, con costumbres occidentales, con reglas de convivencia europeas. Son los inventores del modelo y todo lo demás sirve si es asimilable, mestizable con ese cuerpo (el hombre de Leonardo). Todo lo demás no es reconocible como cultura: es folclore, etnografía.
Leyendo la cultura desde este lugar, es claro porqué la concepción del cine de Edison, Nickelodeon, perdió frente a la pantalla de los Lumière. Porque el modelo de cultura venía desde Europa y todos se sometieron.
La ceremonia, el teatro, el arte de las multitudes, compartir, la iglesia, la comunidad, el vínculo.
Los americanos iban a París para volverse artistas, se ungía al que fue y volvía siendo. Las vanguardias eran grupos de adelantados impresionistas, modernistas, dadaístas, expresionistas, surrealistas. Los europeos pensaban en sociedades, quizás por la influencia de la religión. La comunidad era importante, para mantener la fe había que reunirse, con la gente que pensaba igual, rezaba igual, militaba igual.
Luego la burguesía instaló al individuo, el nombre propio fue más importante que la tierra y aparecieron los imperios con nombres propios: los Rothschild, Rockefeller, Astor, Thyssen, Krupp, Ford, etc.
Los ismos han fracasado, perdieron porque estaban ligados a la salvación colectiva, al modo religioso.
Mirar el espectáculo en una caja, no compartir. La concepción individualista de Edison todavía no estaba madura para triunfar, porque todo el mundo miraba el arte desde un punto de vista europeo. La patria como comunidad, la iglesia.
El siglo XX fue el escenario del fracaso de lo grupal, de los ismos, las utopías del humanismo burgués. El triunfo del individuo, la televisión triunfa sobre el cine. La pantalla pierde frente a las pantallas, la concepción de Edison triunfa en este nuevo mundo individualista. Ésta es la cultura norteamericana del individuo. Libertad para que hagas lo que quieras. No más igualdad y fraternidad. El último lugar donde queda viva la ceremonia es en los recitales de rock, donde la comunicación es con la música, que aturde y no permite la comunicación con la cabeza, sino sólo físicamente.
Estamos perdiendo la cultura de cuerpo: los cafés, la calle, la discusión mano a mano, la comunidad se ha vuelto un lugar peligroso.
La tecnología evolucionó hacia el individuo, hacia la caja, cada cual con su cajita. Notebooks, smartphones, relojes pensantes, televisores cada vez más incorporados a las personas. Ese cuerpo de la cultura se parece cada vez más a un norteamericano con sus propios mitos, propias maneras de ser, costumbres, orígenes, con la idolatría del dinero como única posibilidad para medir el ascenso social. El arte de hoy refiere a ese cuerpo, ése del éxito darwiniano, que habla inglés, consume compulsivamente, toma alcohol para superar el puritanismo y se siente dueño del universo.
En Buenos Aires, el que describe este cuerpo es Roberto Arlt, el cuerpo de la cultura aquí es el del porteño, con todas sus virtudes y defectos. Este cuerpo canta tango e incorpora argentinismos y lunfardo. Los que han contribuido para completar aspectos de ese cuerpo son Borges y Cortázar. Todo el resto de la cultura de Argentina no está contemplado o es tomado como algo exótico, es un cuerpo unitario de la cultura. Hay que tratar de repensar un arte argentino, más inclusivo y no soberbio, como es este cuerpo.