Notas (no) morales
En estas notas se explora, a partir de la idea kafkiana de no lucha, las formas posibles de una obra libre de mal.
“Pero la humanidad recibirá el calor de esos Cristos oscuros”. He ahí el optimismo de Carlos Vaz Ferreira. Quiero conservar ese optimismo, reencontrarme una y otra vez en él, después de haberlo extraviado una y otra vez… Un optimismo modesto, compensatorio, el de los cristos oscuros –por ello cabe la minúscula–. Vaz llamaba así a quienes no figuran en la historia porque no obran en ella, pero que viven en una resistencia al mal a través del mayor grado de cumplimiento de los mejores ideales de la humanidad.
Se requiere una obra libre del mal, ¿cómo es eso? Una obra que no se quiera, no se conciba, no se haga como tal. Hacer como no haciendo. La cuestión afecta especialmente a quienes se mueven en lo que califica y se clasifica como cultura, porque allí –¿aquí?– el acto de comunicación impone su fuerza normativa que separa vida y obra.
(Por ello ha sido tan frecuente que en distintas épocas muchos escritores hayan expresado como una disyunción exclusiva un supuesto conflicto normativo: “vivir o escribir”, –tema de una conferencia en la reciente visita a la Argentina de Vila-Matas–).
El modelo es la no lucha (Kafka), no el no hacer “a lo Bartleby”. Cierto que el escribiente tiene la virtud de limitarse a copiar, tal vez sería la mejor forma de obrar sin obrar, como si todos fuésemos Pierre Menard –lo copiaríamos–. Pero en ello habría una trampa, porque el bien permanecería incompleto, ya que sería una forma de resistir sin que el mal y el bien interactúen entre sí.
Se resiste mejor no reteniendo la obra, pero dejando que se haga –o no se haga– sin luchar. Tres aforismos de Kafka para construir un argumento: “Procura cooperar con el mundo en la lucha entre tú y el mundo”. “Te has ataviado de manera ridícula para este mundo”. “La incitación a la lucha es uno de los medios de seducción más eficaces del mal”.
La resolución del conflicto se vuelve en parte cristiana (la parábola del trigo y la cizaña), pero más aún taoísta. En efecto, podría ser presunción distinguir trigo de cizaña. Mejor es aceptar que no hay punto de vista total para establecer dicha separación. El compromiso es al menos no sembrar cizaña, pues es difícil ignorar en el propio caso cuándo se trata de identificar lo que sembramos (negarse exige mucho trabajo).
Retorno a la no lucha. Al menos no iniciar la lucha; sólo prestarse a ella cuando resulte inevitable, pero ¿inevitable para qué? ¿Qué estamos dispuestos a abandonar? La vida difícilmente, aunque el dolor es más fuerte, pues podríamos entregar la vida para dejar de sufrir. ¿Y para mantener la dignidad? ¿O por orgullo?
¿Por qué no considerar como una de las mayores virtudes el saber perder, el estar dispuesto a perder? La sociedad y la historia son la glorificación de los ganadores, o al menos de los valientes, pero ¿sería peor un mundo de cobardes que uno de valientes?
Luchar contra el mundo implica sentirse alienado, ni separado ni unido. Por el contrario, luchar a favor del mundo, como nos indica Kafka, sería superar la alienación por el camino de la paradoja: unirse separándose, mantenerse al margen uniéndose.
Escribir puede ser un caso de esta paradoja de la unión en la separación, del hacer no haciendo. Lo es cuando no comienza con la obra como meta, sino como resultado de una necesidad: “aceptar la palabra que te vence”.
No luchar contra el mundo como forma de la realización del bien, pero al mismo tiempo no ataviarse para el mundo: mundo sin obra, una obra sin mundo; una palabra, una vida.