Después del fin de la novela
Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh (Eterna Cadencia, 2016) de Ricardo Piglia indaga en las tres formas distintas de posicionarse en el campo literario en relación a la tradición y la vanguardia.
Las tres vanguardias
Ricardo Piglia
Eterna Cadencia, 2016.
222 páginas
Es un buen momento para el género clase en la Argentina. En un contexto que pone en duda todas las conquistas alcanzadas desde el retorno a la democracia hasta la actualidad (especialmente en lo que se refiere a producción científica e intelectual), el mercado editorial nacional abre paso a la publicación de míticos cursos dictados en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El gesto no es casual, responde a una necesidad de establecer piedras fundamentales para el pensamiento argentino contemporáneo con el fin de recordar que las grandes teorías aún están por venir. La reciente edición por parte de la editorial Eterna Cadencia de Las tres vanguardias, el legendario seminario dictado en 1990 por Ricardo Piglia, es prueba fehaciente de este fenómeno.
El problema que propone el programa es (parafraseando a Arthur Danto) la posibilidad de la novela después del fin de la novela. Piglia pone en el centro de la discusión el estado de la (entonces) narrativa argentina contemporánea y propone un recorrido con una doble temporalidad. Por un lado, establece un corte diacrónico e historiza lo que él llama el “período de constitución de las grandes poéticas argentinas de la novela”, cuya figura inicial y final es la de Macedonio Fernández (aunque la figura de Borges, lógicamente, también orbita como un fantasma esta clausura), e incluye a Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Julio Cortázar, etc. Alcanzado ese punto de quiebre, aproximadamente en 1967, Piglia establece el segundo corte, esta vez de tipo sincrónico, donde el objeto de estudio pasan a ser las poéticas de Juan José Saer, Manuel Puig y Rodolfo Walsh.
En todo caso, se trata de tres formas distintas de posicionarse en el campo literario en relación a las variables tradición y vanguardia. Siguiendo las tesis de Borges en ensayos como “Kafka y sus precursores” y “El escritor argentino y la tradición” (dos textos que él mismo establece como antecedentes), Piglia desarrolla la necesidad que tiene todo artista de construir su propia tradición y, en ese mismo movimiento, destruir otra. Ese carácter disruptivo es una condición fundamental, tal como ya lo habían afirmado los formalistas rusos: la tradición se pasa de tíos a sobrinos y no de padres a hijos. Esto quiere decir que la sucesión no es necesariamente lineal y mucho menos consensuada; cada escritor escoge su propia genealogía. En directa relación con este fenómeno está el vínculo con la vanguardia. A partir de la analogía bélica (en la que la literatura sería una “máquina de guerra”, en términos de Gilles Deleuze y Felix Guattari), cada poética se posiciona también en contra de otra. El interés que tiene la vanguardia para Piglia está relacionado con los modos en que incorpora a la serie literaria elementos que no le son propios, transgrediendo así los límites de lo que conocemos por “literatura”. El problema de la novela es que tiene como horizonte a la vanguardia (aquello que la pone en movimiento y la mantiene viva), pero viene de los medios masivos de comunicación. Así, se abre una nueva problemática: la relación de la novela con la narración y la experiencia (en términos de Walter Benjamin) y el lugar que ocupa en la sociedad, es decir: ¿para qué sirve?
De esta manera, en Las tres vanguardias Piglia construye su propio aparato teórico y dispositivo de lectura para leer a Saer (y la novela eterna, el eterno retorno de los personajes), a Puig (y su particular uso de los géneros populares) y a Walsh (y los modos en que incide sobre la realidad a través de la literatura). Tres poéticas plenamente atravesadas por todas las tensiones introducidas previamente. Hoy en día se trata de un texto fundamental para pensar el (ahora sí) estado actual de la narrativa argentina y los modos en que estos modelos se actualizaron, resignificaron o definitivamente caducaron.